En los tres meses que estuve internada sentía que todo se ocultaba, nada parecía real. Ahí, en la clínica Belgrano, me escapaba de mis problemas, me los olvidaba y dejaba que se junten; hasta que todo salía como un brote, que daba alergia, dolor de cabeza, temblores, ataques de furia en donde me golpeaba, al no tener algo cortante cerca, y lagrimas, cuántas lagrimas. Ahí todo se escondía y emergía de los más oscuro, de la parte más deshecha de mi alma, de la parte más enferma de mi mente.
¿Ahora qué soy? Fuera de clínica los problemas emergen sin ocultarse. La realidad es dura.
Mis caídas son repentinas y recurrentes. Es difícil, pero siempre me parece que estoy volviendo a lo mismo.
Todavía apoyo mi autoestima en la anorexia, y sin ella tengo la mala idea que no soy capas de nada, que soy inútil. Y ahora no soy anoréxica.
La bulimia no ayuda, los laxantes tampoco. Cortarme tampoco, intoxicarme de pastillas tampoco, drogarme… tampoco.